Cuando al nacerle a una mujer el primer hijo, de esa mujer no nace al mismo tiempo una madre; ya puede tener hijos que quiera; para ella como si no hubiera nacido.
El amor pone siete velos ante nuestros ojos, pero el matrimonio es una especie de danza de los siete velos, antes de terminar la luna de miel, que es la danza, nos queda un velo.
Para el amor de la esposa, para los amores santos y fieles que saben esperar, son nuestras flores tardías, las rosas de otoño: no son las flores del amor, son las flores del deber cultivadas con lágrimas de resignación, con aroma del alma, de algo eterno.
¡Permitid, señora conciencia, que nunca falte una amable mentira en nuestros labios cuando alguien llegue a pedirnos una opinión sincera!
Nada conviene tanto a un hombre como llevar a su lado a quien haga notar su mérito, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura.
Se comprende que acudan a que la autoridad les moralice el teatro, los que no saben contener su curiosidad por las inmortalidades.
Todo es pensar en nuestra vida, todo es adiós, todo es partir, y es morir tanto nuestra vida, que lo de menor es morir.
¿Qué mujeres tendrá o habrá tenido en su casa el que no sabe que toda mujer es tan respetada en la calle para todo hombre como si fuera mujer de su propia familia?
De lo que se dice en sociedad, lo que importa es que se tenga gracia; lo de menos es que sea verdad.
La música se divide en dos grandes épocas: antes de la Marsellesa y después. Desde que la música se echó a la calle, dejó de ser música.
Las mujeres y los políticos odian a todo el que no pueden engañar; por eso los hombres inteligentes no son nunca afortunados ni en el amor ni en la política.
Es triste condición de la Humanidad que más se unen los hombres para compartir los mismos odios que para compartir un mismo amor.