Para el amor de la esposa, para los amores santos y fieles que saben esperar, son nuestras flores tardías, las rosas de otoño: no son las flores del amor, son las flores del deber cultivadas con lágrimas de resignación, con aroma del alma, de algo eterno.
Veinte años de ilusión convierten a una mujer en una ruina; pero veinte años de matrimonio la transforman en algo así como un edificio público.
A los hombres que están desesperados, cásalos, en lugar de darles sogas; morirán poco menos que ahorcados.