Que quien no sabe querer sea de mármol, no mujer. A la que me quiere, quiero y a la que me olvida, olvido.
Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola y determinada mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella.
Los hombres quieren ser el primer amor de la mujer; las mujeres, más inteligentes, quieren ser el último amor del hombre.
Jamás la mujer quiere a los hombres que se hacen sus maestros, pues maltratan demasiado sus pequeñas vanidades.
Si quieres a una mujer sin declararlo, ella se siente adulada por tal timidez y, a sus ojos, tú eres un hombre peligroso. Pero si tu timidez se prolonga demasiado, se enoja y acaba llamándote asno.
El hombre y la mujer se entregan uno a otro, se desprenden, emprenden, reprenden y sorprenden, pero no se comprenden.
Las más de las mujeres seducidas por los hombres aspiran a casarse con ellos. Es una cruel venganza verdaderamente femenina.
Es tan absurdo pretender que un hombre no pueda amar siempre a la misma mujer, como pretender que un buen violinista no pueda tocar siempre el mismo instrumento.