Creer en la felicidad hasta el punto de preocuparse por perseguirla: en ello se encierra toda la felicidad, porque otra no existe.
La felicidad no se produce por grandes golpes de fortuna, que ocurren raras veces, sino por pequeñas ventajas, que ocurren todos los días.
La felicidad no es de este mundo. Las riquezas pueden hacer que una persona sea más afortunada que otra, pero no pueden hacerla más feliz.
La escasa felicidad que es posible esperar en este mundo, es por haber hecho el mayor bien y el menor mal posibles.
El fin de la vida es conseguir la felicidad para, una vez conseguida, esforzarse inmediatamente en perderla.
No son la riqueza ni el esplendor, sino la tranquilidad y el trabajo, los que proporcionan la felicidad.