El ambicioso pretende que su felicidad dependa de otros; el lujurioso, de sus pasiones, y el sabio, de sus actos.
La felicidad consiste en un acto del intelecto, primordial y sustancialmente, antes que en un acto de voluntad.
La felicidad es privativa del alma y no del cuerpo, nace de la abnegación y no del goce, del amor y no de la voluptuosidad.
Las promesas de alguna especie de felicidad se parecen a las esperanzas de la vida eterna; vistas desde cierta distancia parecen firmes y uno no se atreve a acercarse más.
El deseo de felicidad que estimula a los hombres a cometer las más arduas empresas, frecuentemente los arroja a los más hondos precipicios.
La felicidad es el fruto de las nobles y buenas acciones, no es el regalo de ningún dios; debe ser merecida y ganada.
La fortuna, el éxito, la gloria y el poder pueden aumentar la felicidad, pero no darla; sólo el cariño de la dicho.