Cuando, desde el tren descubramos una ciudad desprovista de altas chimeneas y coronadas de campanarios elevados, bajémonos. Allí hallaremos seguridad para el cuerpo y sosiego y deleite para el espíritu.
El fin práctico de la civilización consiste en obligar a la muerte a hacer cada día más larga antesala delante de nuestra alcoba.
Los débiles sucumben, no por ser débiles sino por ignorar que lo son. Lo mismo sucede a las naciones.
Si cuando discutes se alegra demasiado la galería, recela que tú o tus impugnadores habéis sacado las cosas de quicio o tratado sin decoro la cuestión.
Digan lo que digan los ricos, los viciosos y los holgazanes, el trabajo agradable y útil resulta todavía la mejor de las distracciones.
No perdones a tus hijos, servidores y amigos la primera falta grave si no quieres ser víctima de la última.
¿Para qué guerrean los hombres? Para adquirir, en caso de triunfo, un pedazo de tierra donde ser prematuramente enterrados.