Como las desdichas andan encadenadas, unas a otras se introducen y al acabarse una es necesario engendrarse otra mayor.
A los veinte años un hombre es un pavorreal; a los treinta, un león; a los cuarenta, un camello, a los cincuenta, una serpiente; a los sesenta, un mono, y a los ochenta nada.
Envejece la fama y caduca el aplauso, así como todo lo demás, porque las leyes del tiempo no conocen excepción.
Dos cosas hacen perfecto al estilo, lo material de las palabras y lo formal de los pensamientos, de ambas eminencias se adecua su perfección.
Al hablar, sé breve como si estuvieras haciendo tu testamento; cuantas menos palabras, menos litigios.