Las personas que tienen poco que hacer son por lo común muy habladoras: cuanto más se piensa y obra menos se habla.
Habla solamente en dos circunstancias: cuando se trate de cosas que conoces bien, o cuando la necesidad así lo exige. Sólo en estos dos casos es preferible la palabra al silencio; en todos los demás casos es preferible callar.
Al hablar, sé breve como si estuvieras haciendo tu testamento; cuantas menos palabras, menos litigios.
Hay dos cosas sumamente perjudiciales para los que quieren remontar los peldaños de la fortuna: callar cuando llega el momento de hablar, y hablar cuando lo oportuno es callar.
Como dice el proverbio, es necesario hacer girar la lengua siete veces antes de hablar, y luego callarse.
No hablaríamos tanto en sociedad si nos diéramos cuenta del poco caso que hacemos de los otros cuando hablan.