La sabiduría se preocupa de ser lenta en sus discursos y diligente en sus acciones.
Cuando el hombre abre la boca se juzga a sí mismo.
Si los hombres se limitaran a hablar solamente de lo que entienden, apenas sí hablarían.
Hay personas que hablan y hablan... hasta que encuentran algo que decir.
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.
El que guarda silencio no declara contra sí mismo.
Se habla poco cuando la vanidad no toma parte en la conversación.
Muchas veces lo que se calla hace más impresión que lo que se dice.
Para saber hablar es preciso saber escuchar.
El que callar no puede, hablar no sabe.
Muchas veces se arrepiente uno de haber hablado, y ninguna de haber callado.
Hay personas que comienzan hablar antes de haberlo pensado.
Cuantas veces hablamos o decimos algo, otras tantas se nos juzga.
Antes guardarán los hombres fuego en sus bocas, que un secreto.
Muchos son los que obran bien, pero contadísimos los que hablan bien: hablar es mucho más difícil que hacer, y desde luego, mucho más hermoso.
Por una parte, el hombre ha hecho el habla; por otra, el habla ha hecho al hombre: dos agentes que se modelan el uno al otro.
No podemos tener una idea exacta del hombre que jamás se calla.
Los grandes habladores son como los vasos vacíos, que hacen más ruido que los que están llenos.
Escucha mucho y no hables ligeramente; no te ensoberbezca la fortuna ni desmayes en la desgracia; la moderación es lo primero.
La única manera de compeler a los hombres a que hablen bien de nosotros es obrar bien.
