El hombre más feliz es el que se pasa la vida sin grandes dolores físicos o morales y no el que tiene más grandes e intensas alegrías.
Somos ciegos que no sabemos cuándo debemos afligirnos o alegrarnos; por lo general no tenemos más falsas tristezas o falsas alegrías.
Nuestra verdadera alegría emana del sufrimiento, como el bálsamo de la herida abierta en el árbol generoso.
La alegría no puede nacer más que del corazón, de la mutua complacencia y del contacto interno que se causa a los demás. Nunca debe confundirse la alegría con la bulliciosa algazara de la intemperancia, ni con la disolución.
El silencio es el mejor heraldo de la alegría; fuera bien poca mi felicidad si pudiera decir cuánta es.
A la alegría, cuando se presente, debemos abrirle de par en par todas las puertas, pues nunca llega a desatiempo.
Hay tres cosas que es indiscreto manifestar: el ingenio en presencia de todos, la riqueza delante de los pobres y la alegría frente a los que lloran.
A mí me gusta el jolgorio que no obliga a los amigos, a la mañana siguiente, a mirarse avergonzados unos a otros.
El que quiera estar contento ha de mortificarse primero; porque quien se mortifica ya posee aquella alegría pura que emana de los cielos.