La alegría no puede nacer más que del corazón, de la mutua complacencia y del contacto interno que se causa a los demás. Nunca debe confundirse la alegría con la bulliciosa algazara de la intemperancia, ni con la disolución.
El mérito se aprecia a sí mismo y no consiste en deshonrarse con intrigas y bajezas.
El misántropo es la más de las veces un malvado que, no sabiendo hacerse amar de ninguno, toma el partido de aborrecer a todo el mundo.
El hombre que no reflexiona no tiene tiempo de juzgarse a sí mismo.
Los grandes talentos alertan e intimidan a los incapaces, y no tienen la docilidad que se requiere para agradar a los hombres injustos.