En cuanto sucede una desgracia, siempre hay un amigo que viene a contárnosla y a escarbar nuestro corazón con un puñal.
Jamás la mujer quiere a los hombres que se hacen sus maestros, pues maltratan demasiado sus pequeñas vanidades.
Es tan absurdo pretender que un hombre no pueda amar siempre a la misma mujer, como pretender que un buen violinista no pueda tocar siempre el mismo instrumento.