Morir es un acto de la vida y, tanto en éste como en los demás, lo esencial es hacer bien lo que se está haciendo mal.
La muerte, siendo un hecho universal, es a la vez tan personal, que de ella puede decirse que es el momento en que espiritualmente se condensa la vida.
Es imposible que un suceso tan natural, tan necesario y tan universal como la muerte, haya sido destinado a la humanidad, por la providencia, como un mal.
¡Oh, muerte, cuán amarga es tu memoria! ¡Cuán presta tu venida! ¡Cuán secretos tus caminos! ¡Cuán dudosa tu honra! ¡Cuán universal tu señoría!
Tales decía que no existía diferencia entre la vida y la muerte. ¿Por qué no mueres entonces? Le preguntaron. Porque no hay diferencia alguna, repuso.
Sabemos que debemos morir; en realidad, es todo lo que sabemos de lo que nos aguarda; todo lo demás son suposiciones casi siempre equivocadas.