La infancia esa ignorante; la mocedad, ligera de cascos, la juventud, temeraria, y la vejez, malhumorada.
Más poderoso quiso la naturaleza que fuesen los males para dar pena, que los placeres para dar alegría.
¡Oh, muerte, cuán amarga es tu memoria! ¡Cuán presta tu venida! ¡Cuán secretos tus caminos! ¡Cuán dudosa tu honra! ¡Cuán universal tu señoría!