Ninguna sociedad, por pequeña que sea, puede conservarse ordenada sin una autoridad que la rija; donde hay una reunión es preciso que haya una ley de unidad; de lo contrario, es inevitable el desorden. Las fuerzas individuales, entregadas a sí solas sin esta ley de unidad, o producen dispersión o acarrean choques y anarquía.
Hay en el espíritu humano muchas fuerzas que permanecen latentes hasta que la ocasión las despierta y aviva.
El pensar bien consiste o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella.
Los perezosos suelen ser grandes proyectistas; así faltos de realidad, se engañan con ilusiones; y además, al trabajar sólo en proyectos se avienen muy bien con la inacción, suma felicidad del perezoso.
En todos los partidos hay elementos que pueden servir: quien rechace imprudentemente esos elementos, perpetuará a los partidos; quien los aproveche con cordura, acabará por disolver los partidos, confundiéndolos en un sistema nacional.
Mal puede indignarse contra las doctrinas ajenas quien no tiene ninguna y, por tanto, en ninguna encuentra oposición.
No hay filosofía que excuse la falta de sentido común, y llegará a ser mal sabio quien comience por ser insensato.
En el espíritu como en el cuerpo, ha menester un buen régimen, y en este régimen hay una condición indispensable: la templanza.
El trabajo es un título natural para la propiedad del futuro del mismo, y la legislación que no respete ese principio es intrínsecamente injusta.
La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en el error.