Si la razón es un don del cielo, y otro tanto puede decirse de la fe, el cielo nos ha hecho dos presentes incompatibles y contradictorios.
La fe es una costumbre adquirida y una especie de instinto intelectual que pesa sobre nosotros, nos constriñe y, en cierto sentido, determina un sentimiento de obligación.
El corazón y no la razón es quien siente a Dios: eso es fe; Dios es sensible al corazón y no a la razón.
La fe, que es la evidencia de las cosas no vistas, se convierte en realidad mediante leyes tan fijas como la ley de la gravitación universal.
Sin la fe religiosa, el hombre no logra ni la resignación, ni el valor, ni la dicha, y ni aun la esperanza en el día de las decepciones crueles de la vida.
La fe y la admiración son muy amables formas de pereza. Hay quien no cree y no admira por la misma causa.