De gran peso es el testimonio que la conciencia forma acerca del vicio y la virtud; si lo suprimís, nada permanece.
La verdad es aquella clase de error sin el que no puede vivir un ser viviente de una determinada especie. El valor para la vida es lo que decide, en último término.
La conciencia moral propiamente dicha no tiene en cuenta autoridades que manden, ni elogios, ni vituperios, ni recompensas, ni castigos.
En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible como en la intimidad de una conciencia tranquila.
La conciencia hace que nos descubramos, que nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos, declarar contra nosotros.