Perdonar a nuestros enemigos constituye una bellísima manera de vengarse, a la vez que un rápido triunfo cesáreo conquistado sin apelar a la violencia.
Ya tienes un despertador en el pecho que te dice más de dos mil veces cada hora que hay en ti un espíritu vivo, no pierdas los días en una enojosa dejadez y en el tedio de no hacer nada.