Que cada uno de tus actos, palabras y pensamientos sean los de un hombre que, acaso en ese instante, haya de abandonar la vida.
Sufrir percances no es sufrir una desgracia; pero soportarlos con abnegación es una virtud meritoria.
En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible como en la intimidad de una conciencia tranquila.
La perfección de las costumbres consiste en obrar cada día como si debiera ser el último, es decir, sin agitación, sin abandono y sin hipocresía.
El dolor no puede ser nunca ni insoportable ni de larga duración, a menos que tú lo agrandes a fuerza de la imaginación; debes verlo dentro de sus límites naturales.