Sólo existe para el hombre una verdadera desdicha: incurrir en falta y tener motivo de censura contra sí mismo.
Las causas más deseadas no se examinan y si se examinan, nunca será en el tiempo y en las circunstancias en que nos hubieran causado placer.
Si la vida es miserable, resulta penoso soportarla; si es dichosa, horroriza perderla; ambas situaciones vienen a ser lo mismo.
La sórdida avaricia y la loca prodigalidad, atemperándose la una a la otra, dan por resultado la prudente economía.
La envidia y el odio van siempre unidos. Se fortalecen recíprocamente por el hecho de perseguir el mismo objeto.
La verdadera grandeza es libre, dulce, familiar y popular. Se deja tocar y manejar; nada pierde si se la mira de cerca: antes bien, cuanto más se conoce más se admira.