Por justa que sea la causa del vencedor o la del vencido, el mal que causan, así la derrota como la victoria, es inevitable.
Es un acto difícil y sabio el detener una campaña antes del momento en que una victoria se convierte en agotamiento.
Puedes ser invencible si nunca emprendes combate de cuyo regreso no estés seguro y sólo cuando sepas que está en tu mano la victoria.
No se puede conservar la fe en sí mismo si no se tiene un testigo de nuestra fuerza, alguien que nos corone el día de la victoria.
Muy gran valor es vencer a los enemigos con armas, pero cosas de mayor prudencia desterrar y ahuyentar los vicios de la paz.
Tiene sin duda mucho mérito vencer en el campo de batalla; pero se necesita más sabiduría y más destreza para hacer uso de la victoria.
La fuerza no siendo instrumento del bien, no lo es de la sabiduría; la victoria por la fuerza es el duelo.
Debes tener buena esperanza de que alcanzarás victorias, mas no conviene tener seguridad para que no te aflijas ni te ensordezcas.
Es necesario llevar la esperanza clavada en el cuerpo y, en los más oscuros momentos y peores fracasos, no dejar de creer en la victoria.