Soy de aquellos que no dudarán nunca entre esa virgen que se llama la conciencia y esa prostituta que se llama la razón de Estado.
No hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente.
¿Quién tiene razón? En un ejército, para encontrar la razón a esta pregunta, se cuentan los galones y las estrellas de quienes hablan.
Es ocioso estar discutiendo la eterna alternativa de la razón y la fe. La razón es, por sí misma, artículo de fe.
Todo el interés de mi razón está comprendido en estas tres preguntas: ¿qué puedo yo saber?, ¿qué debo yo saber?, ¿qué me es permitido esperar?
Por lo común, nos persuaden mejor las razones que uno ha encontrado por sí mismo que las encontradas por los demás.