No hay ningún hombre absolutamente libre. Es esclavo de la riqueza. O de la fortuna, o de las leyes. O bien el pueblo le impide obrar con arreglo a su exclusiva voluntad.
Tiempo llegará en que los hombres serán libres y semejantes a las olas, que parecen perseguirse, aunque nunca llegan a chocar.
Diógenes decía, y decía bien, que el único medio de conservar la libertad es estar siempre dispuesto a morir por ella.
La libertad es la primera hija del amor y la piedra imán más atractiva para los hierros de la voluntad.
Consiste en ser dueño de la propia vida, en no depender de nadie en ninguna ocasión, en subordinar la vida a la propia voluntad solamente y en dar poca importancia a las riquezas.
La unión de la libertad y el orden es el último grado de la civilización y la perfección de la sociedad civil.
La libertad es tan naturalmente amiga de las ciencias y de las letras que se refugia entre ellas cuando se le destierra de los pueblos.
Un hombre libre es aquel que, teniendo fuerza y talento para hacer una cosa, no encuentra trabas a su voluntad.
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida.