El cuerpo humano es el carruaje; el yo, el hombre que lo conduce; el pensamiento son las riendas; y los sentimientos, los caballos.
Las almas superiores, una vez pervertidas, causan los más grandes males, así en los Estados, como en las familias; pero si dirigen bien su vuelo, hacen la felicidad del mundo; los espíritus vulgares no tienen destino.
Cuanto más disminuyen los placeres corporales, más aumenta el deseo por el placer de la conversación.