Si no hubiese aprendido más que a asombrarme, me sentiría bien pagada por envejecer.
Envejecer no es tan malo cuando se piensa en la alternativa.
El hombre nace sin dientes, sin cabello y sin ilusiones. Y muere igual: sin dientes, sin cabello y sin ilusiones.
Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta.
Los hombres envejecen pero no maduran.
La juventud es un disparate; la madurez, una lucha; la vejez, un remordimiento.
En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos.
¡Si la juventud supiese...! ¡Si la vejez pudiese...!
Cuando cese de indignarme, habré comenzado mi vejez.
El hombre comienza en realidad a ser viejo cuando cesa de ser educable.
¿Qué los años pasan muy rápidamente? Sí, para el que envejece.
Es verdad que cuando se pasan los sesenta son muy pocas las cosas que nos parecen disparates.
A menudo se echa en cara a la juventud el creer que el mundo comienza con ella. Cierto. Pero la vejez cree aun más a menudo que el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor?
El que no es bello a los veinte, ni fuerte a los treinta, ni rico a los cuarenta, ni sabio a los cincuenta, nunca será ni bello, ni fuerte, ni rico, ni sabio.
El joven conoce las reglas, pero el viejo las excepciones.
En los ojos del joven arde la llama. En los del viejo brilla la luz.
El niño es realista; el muchacho, idealista; el hombre, escéptico; y el viejo, místico.
La incidencia de la juventud vale tanto como la experiencia de los viejos.
Siempre hay un niño en el verdadero hombre.
Los jóvenes piensan que los viejos son tontos; los viejos saben que lo son.
