Quien un día fue feliz y luego cae en desgracia, tiene el corazón entregado a llorar la felicidad pasada.
Cuando las calamidades caen sobre un Estado, se olvidan los dioses y nadie se preocupa de honrarlos.
El oro y la prosperidad alejan a los mortales de la moderación y los arrastran a los excesos de un injusto poder.
La felicidad no es de este mundo. Las riquezas pueden hacer que una persona sea más afortunada que otra, pero no pueden hacerla más feliz.
Feliz es cualquier mortal que pasa su vida sin fama y sin gloria y menos felices los que disfrutan de honores.
No hay ningún hombre absolutamente libre. Es esclavo de la riqueza. O de la fortuna, o de las leyes. O bien el pueblo le impide obrar con arreglo a su exclusiva voluntad.