Las mujeres son una presencia blanda y envolvente. A veces te envuelven por completo. Y entonces ya no puede volver a salir, como no sea para algo importante, como el cumpleaños de su madre, por ejemplo.
El espectáculo se inicia cuando la hembra percibe un número suficiente de candidatos. Uno a uno saltamos sobre ella. Con rápido movimiento esquiva el ataque y despedaza al galán. Cuando está ocupada en devorarlo, se arroja un nuevo aspirante.
La mujer tiene hambre, y quiere comer; sed y quiere beber. Está en celo y quiere ser satisfecha. ¡Qué gran mérito! La mujer es natural, es decir, abominable.
Entre las mujeres existen curiosas formas desconocidas de prostitución, comparadas con las cuales la prostitución verdadera es un oficio honrado.
—Tengo derecho a pensar —dijo Alicia secamente. / —Tienes tanto derecho a pensar —observó la Duquesa—, como los cerdos a volar.
—Un penique por tus pensamientos —le dijo en una ocasión. Y cuando ella no respondió—: ¿No? Bueno, entonces una libra por tu cuerpo.
El hombre llega a conformarse con la mujer que, por lo menos, deja que cicatrice la herida que causa.
Los corazones de las mujeres son como esos pequeños muebles secretos, llenos de cajoncitos dentro uno de otros, que se esfuerza por abrir a costa de romperse las uñas, para no hallar sino una flor seca, unas motas de polvo o el vacío.
...deje el hombre de ser paciente y manso / imíteme pues con franqueza ruda / diré que la mujer es para los machos / máquina de joder y hacer muchachos.
Son buenas amas de casa en el mejor de los casos, pero su perversidad es la mayor desgracia para el hombre.