Desde el hombre más elevado al más oscuro, el deber esencial de cada uno es igual para todos: perfeccionarse a sí mismo.
El verdadero deber final consiste en llevar a cabo con éxito los trabajos que no completaron nuestros padres, y en trasmitir sus conquistas a la posteridad.
Quien repasa en su espíritu lo que ya sabe y por este medio adquiere nuevos conocimientos, bien pronto podrá enseñar a los demás.