En nuestro planeta sólo podemos amar sufriendo a través del dolor. No sabemos amar de otro modo ni necesitamos amar de otro modo ni conocemos otra clase de amor.
Cabe decir las cosas por su nombre. Es verdad, pues, que el placer es siempre un bien, y el dolor un mal. Lo que pasa es que no siempre es conveniente gozar del placer y a veces es provechoso sufrir el dolor.
El anhelo, el verdadero cuerpo del amor es doloroso, pero justamente este dolor consiste en lo bienaventurado del amor.
Generalmente nos lamentamos demasiado, y es que sufrimos pataleando y, en cambio, gozamos en silencio.