Desnudo o no, hambriento o no, cansado o no, siempre se puede hacer algo cuando se sabe que no queda más remedio que hacerlo.
Es una reflexión penosa, para un hombre, considerar lo que ha hecho comparado con lo que debió hacer.
El hombre vive para cumplir su deber y morir. Mantener presente lo segundo hace más fácil lo primero.
El hombre que, desertando del deber, no ve en la riqueza más que la riqueza y en el amor, el placer del amor, no es hombre de honrado pensamiento.
Ningún miramiento puede ser lo suficientemente poderoso para hacer que un hombre honrado se aparte de su deber.