Dios ama a los que dominan su cólera, a los indulgentes y a los que practican la caridad.
El hombre tiene mil tentaciones para pecar; la mujer, una solamente; si no puede resistirla, no tiene ningún derecho a nuestra indulgencia.
Más vale ser indulgente que justo.
Hay, sin embargo, un límite en el que la indulgencia deja de ser una virtud.
Comprenderlo todo hace ser muy indulgente.
La indulgencia es una parte de la justicia.
Las mujeres amantes, castas esposas y madres sin reproche, conservan en el fondo del corazón tesoros de indulgencia.
Hay que perdonarse mucho a sí mismo, para ir acostumbrándose a perdonar a los demás.
La indulgencia es a menudo la mejor forma de la justicia.
¡Hay un deber tan sólo, y es el perdón!
Si conociéramos a los demás como nos conocemos a nosotros mismos, sus actos más reprobables nos parecerían dignos de indulgencia.
Nunca dejes de observar con indulgencia la necesidad que experimentan las almas sencillas al proclamar sus penas en el desierto.
