Una sociedad se embrutece más con el empleo habitual de los castigos que con la repetición de los delitos.
Dios castiga en los hijos las culpas de los padres, porque sabe que no hay mayor dolor para los padres que el dolor de los hijos.
Tan lleno de recelos está el delincuente, que el temor de ser descubierto hace que él mismo se descubra.