Antes de que el hombre nos hiciese ciudadanos, la inmensa naturaleza nos hizo hombres.
Comer bien, dormir bien, ir donde se desea, permanecer donde interese, no quejarse nunca y, sobre todo, huir como de la peste de los principales monumentos de la ciudad.
Las turbas de las grandes ciudades contribuyen tanto al sostenimiento del gobierno genuino como contribuyen las llagas a la fortaleza del cuerpo humano.
Donde y cuando la idea divina surge firme y serena, las ciudades emergen y florecen; más allí y cuando dicha idea vacila y se oscurece, las ciudades decaen y se arruinan.
Es verdad que los dioses dependen de la derrota; mas también es común que ciudad tomada, los dioses la abandonan.