Echarse en brazos de la posteridad es tanto como apelar a un tribunal del que se ignora la composición, las tendencias y la competencia.
El verdadero deber final consiste en llevar a cabo con éxito los trabajos que no completaron nuestros padres, y en trasmitir sus conquistas a la posteridad.
La posteridad, ese tribunal de apelación que no se cansa nunca de elogiar la propia justicia y el propio discernimiento.