La posteridad no es un juez; es una turba. Ama y odia, sobre todo, odia.
El verdadero deber final consiste en llevar a cabo con éxito los trabajos que no completaron nuestros padres, y en trasmitir sus conquistas a la posteridad.
La posteridad, ese tribunal de apelación que no se cansa nunca de elogiar la propia justicia y el propio discernimiento.
La posteridad no es otra cosa que un público que sucede a un autor; y ya veis lo que es el público del presente.