La verdadera tranquilidad del espíritu consiste en no desear sino lo que dependa de nosotros; no han de causarnos celos las grandezas ni despertarnos envidias.
Para estar tranquilos es preciso desear poco y esperar menos.
La fortuna no puede recompensarnos mejor que permitiéndonos morir tranquilos.
El que quiera cosechar en la vida felicidad y tranquilidad no tiene más que desviarse de los caminos que conducen a la cultura superior.
Toda tranquilidad es un desperdicio; conserva la tranquilidad en el hablar, en las maneras, en el pensamiento y en las emociones.
Si se reprimen razonablemente las inquietudes y las preocupaciones, poco a poco toman su lugar la tranquilidad y la calma.