La civilización ha convertido a la soledad en uno de los bienes más delicados que el alma humana puede desear.
Nadie hay que esté solo, nada puede estar en completa soledad; lo que existe, necesita de otro para ser.
Todo dolor sincero reclama en el hombre la soledad, que también los animales buscan para sus padecimientos físicos.
Los neurasténicos aman la soledad, como los malos estómagos gustan de los alimentos ácidos a sabiendas de que les son fatales.
El peor sitio en el mundo para hallar la soledad es en el campo: allí las preguntas son fruta de terrible ventaja, los vecinos.