Todo hombre es el discípulo de alguna palabra profunda.
Son las palabras el semblante del ánimo; por ellas se ve si el juicio es entero o quebrado.
La palabra dicha no se recoge.
A menos palabras, menos pleitos.
Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes.
Las palabras que pronunciamos no tienen sentido más que gracias al silencia que les rodea.
Seguramente, nada está más vivo que una palabra.