—¿Qué es eso de optimismo? —decía Cacambo. —¡Ay! —exclamó Cándido—, es el prurito de sostener que se está bien cuando todo está mal.
Naturalmente sería ingenuo pensar que los hombres pueden estar nunca a gusto con su suerte; siempre el mundo se dividirá entre una porción de optimistas y otra de pesimistas.
El optimismo es la doctrina o la creencia de que todo es hermoso, incluso lo feo; de que todo es bueno, especialmente lo malo, y de que es justo todo lo injusto.
Un pesimista es un hombre que piensa que todas las mujeres son malas. El optimista es el que espera que lo sean.
Los que han sustentado que todo está bien, han dicho un disparate, porque debería decir que todo está en el último ápice de la perfección.
He llegado a la conclusión de que el optimista piensa bien de todo excepto del pesimista, y que el pesimista piensa mal de todo, excepto de sí mismo.
La razón de que a todos nos guste pensar bien de los demás se debe a que todos estamos asustados de nosotros mismos. La base del optimismo es el puro terror.
El optimista, por su superior sabiduría y previsión, hace su propia gloria y en el grado en que la hace, ayuda a los demás a hacer la suya.