El hombre es un animal que juega.
En el juego de los niños se esconde con frecuencia un sentimiento profundo.
¿Cuándo la pasión por los juegos de azar llegó a tal desenfreno? Ya no basta la bolsa, se lleva el arca.
La suerte baraja las cartas y nosotros jugamos.
El juego ha llevado a la ruina y al suicidio a la dama elegante y al astuto caballero, al hombre de trabajo y al tahúr bohemio.
El amor es un juego en el que casi siempre se hacen trampas.
¿Habrá algo más terrible que el juego? No; el juego da, toma; sus razones no son nuestras razones. Es mudo, ciego, sordo. Lo puede todo: es un dios.