Lo que se pretende no es el deseo de creer, sino el de contratar, que es todo lo contrario.
Creer no constituye más que el segundo poder; querer es lo primero. Las montañas proverbiales que la fe mueve no son nada al lado de lo que hace la voluntad.
No es atributo del gobierno imponer creencias; debe facilitar las que existen, que buenas o malas, fueron impuestas por carácter, época, lugar o raza.