Creo en Dios como creo en mis amigos: por sentir el aliento de su cariño y su mano invisible e intangible que me trae y me lleva y me estruja, por tener íntima conciencia de una providencia particular y de una mente universal, que me traza mi propio destino.
Creer no constituye más que el segundo poder; querer es lo primero. Las montañas proverbiales que la fe mueve no son nada al lado de lo que hace la voluntad.
No es atributo del gobierno imponer creencias; debe facilitar las que existen, que buenas o malas, fueron impuestas por carácter, época, lugar o raza.