Ya se trate de ciencia o de historia, es preciso desconfiar de la ignorancia que se encierra bajo el término «fatalidad».
Si somos fatalistas, seámoslo como cierto sujeto que decía que todo sucede así porque está escrito, pero se indignaba con todo y todo lo quería enmendar; y cuando le preguntaban por qué, si estaba escrito, se indignaba que yo me indigne».
Hay imbéciles que se las echan de sabihondos diciendo: «El hombre prudente labra su propio destino».