No conviene acostumbrarse a la mala conducta, porque llega un momento en que, queriendo o sin querer, el hábito se impone al hombre.
El hábito puede llegar a ser o el mejor de los sirvientes o el peor de los amos.
Siembra actos y recogerás hábitos; siembra hábitos y recogerás carácter; siembra carácter y recogerás destino.
El zorro cambia de piel pero no de hábitos.
El hábito hace una especie de segunda naturaleza.
Los malos hábitos, es más difícil romperlos que enmendarlos.
Si cambiamos nuestros hábitos ancestrales, no prosperamos; los monasterios engendran dulzura de carácter, pero sólo el espíritu bélico domina al mundo.