El instinto se satisface lo mismo en el acto sexual lícito que en el clandestino, puesto que es por naturaleza independiente de la conciencia moral.
La imaginación vuelve palpables los fantasmas del deseo. Por la acción de la imaginación, el deseo erótico va más allá, precisamente más allá de la sexualidad animal.
¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos.
El sexo se ha vuelto predicador público y su discurso es un llamado a la lucha: hace del placer un deber. Un puritanismo al revés.