Si hay algo desmoralizante en la administración pública de las naciones, ello consiste, en gran parte, en favorecer con los empleados públicos a personalidades que, si bien carentes de patriotismo, poseen de sobra el arte egoísta, y como egoísta, corruptor, de halagar por cuantos medios tienen a la mano a los poderosos de quienes esperan una recompensa.