¡Oh, solitarios árboles que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras ramas, de que no os desagrada mi presencia!
El árbol que hemos visto nacer y llegar a la edad provecta, es un ser dotado de vida que ha adquirido derecho a la existencia, que lee en nuestro corazón, que nos acusa de ingratos y dejará un remordimiento en la conciencia si lo sacrificamos sin motivo legítimo.
La vida vegetal no se contenta con arrojar su semilla al viento; llena la tierra de simientes para que, si mil parecen, otras mil puedan crecer en terreno abonado, para que cientos puedan arraigar, diez puedan vivir hasta la madurez y una por lo menos pueda remplazar al progenitor.