Ninguna dicha equivale a la paz del espíritu.
El hombre malo se deleita con la dicha, mientras el mal que ha hecho no llega a la madurez. Pero tan pronto como llegue, la desgracia se abatirá sobre él.
Hasta los dioses envidian a aquellos que son despiertos: no son olvidadizos, se dan a la meditación, son sabios, y se deleitan en el sosiego del alejamiento del mundo.
El yo es el principio del odio, de la iniquidad, de la calumnia, de la impudicia, de la indecencia, del robo y de la estafa, de la opresión y de la efusión de sangre.