El hombre que come mucho debe ser bueno pues para comer mucho necesita una buena digestión, y la buena digestión depende de una conciencia tranquila.
La abundancia de alimentos entorpece la inteligencia.
Comidas largas crean vidas cortas.
Dios nos envía los alimentos y el demonio los cocineros.
¿Hay más miserable cautiverio que sujetarse un hombre a la vil panza, y dejar que la gula tenga imperio?
La indigestión es la encargada de Dios de predicar la moral al estómago.
Los apetitos del estómago y del paladar, lejos de disminuir a medida que los hombres envejecen, van en aumento con la edad.