El idioma no tiene, ni puede tener otro autor sino el pueblo, de quien es aliento y semblante.
Es la última de las vilezas consentir que en la nación no haya justicia.
No hay ley que baste para penetrar en el hogar y en la intimidad de la vida social, imponiendo preceptos que repugnen y subleven las voluntades.
No tienen vivo el amor a Dios quienes creen que con dedicarle media hora cada domingo han cumplido y volviéndole la espada el resto de la semana.